Hoy por hoy las misiones consulares en cualquier lugar del mundo están obligados a cambiar los estereotipos a los que estábamos acostumbrados los ciudadanos de a pie. Sin nunca dejar de respetar a un alto cargo o al representante de nuestros países en el exterior, sí que es cierto que desde las cancillerías antes de nombrarlos, deberían tener en cuenta no solo el nivel profesional que esté a la altura de las circunstancias, sino también el factor humano.
Un cónsul o una cónsul de otrora tenía asignada la misión de estampar su rúbrica autorizando documentos, representando a su país de cara a las autoridades locales, ayudando a sus compatriotas en situaciones en los que se requería su intervención y dando la imagen en actos protocolarios, entre otras actividades.
Sin embargo, con el transcurrir del tiempo y el avance de las nuevas tecnologías, la humanización de los consulados no es un deber sino una obligación. Las carreras diplomáticas están en la obligación de acrecentar dentro de su formación aspectos básicos enfocados a factores de empatía y sociabilización.
Ya no cuentan los saludos protocolarios, las firmas de documentos o la atención al ciudadano detrás en una oficina. A pesar de que la mayoría de los trámites se hagan por internet, es necesario que los representantes consulares den la cara a sus connacionales organizando actividades que contribuyan a fortalecer la imagen del país a la sociedad de acogida.
Los flujos migratorios cambian según las coyunturas del momento, por eso es necesario, que los consulares adquieran matices humanos. Ya no vale con el solo saludar, los mensajes escuetos sin contenido o los discursos como por salir del paso y cumplir.
Ya no estamos en los setenta, ochenta o noventa. La gente del hoy requiere mayor una mayor interrelación con sus representantes consulares. Aunque no es competencia de los países de donde vienen, está claro que estos altos funcionarios de carrera o en el caso de que sean representantes asignados por el político de turno del gobierno, no le pueden dar la espalda a los problemas que sufren sus compatriotas en las oficinas de extranjería, en la homologación de títulos, en los canjes de los carnets de conducir.
No pueden estar a espaldas de realidades o problemáticas burocráticas de sus connacionales como si el problema no fuera con ellos, y por ende deben estar enterados de todo cuanto sucede en la sociedad de acogida, para por lo menos ofrecer alternativas pedagógicas de formación para su gente.
La indiferencia y el pasotismo están mandados a recoger, y por ello, citando ejemplos de Baleares, merece la pena mencionar el empeño del cónsul de Ecuador, Julio Lalama en conocer las funciones que cumple Palma Activa en el Ayuntamiento de Palma para darlo a conocer entre sus connacionales. O en su momento las jornadas en diferentes ámbitos que en su momento organizó, Rafael Arismendy con el programa “Colombia Nos Une”.
En definitiva son iniciativas que no se pueden tirar a la borda, en realidad son temáticas de orientación que a la gente le beneficie. Un consulado está perfectamente facultado para impartir charlas de extranjería o en instruir en procedimientos para empadronarse o de cómo acceder al sistema de salud pública.
Resumiendo, los cónsules no pueden pasar de largo de los problemas de sus representados y dedicarse a hacer trámites burocráticos. Obviamente tienen su vida personal- como pensarán algunos que lean esta columna- pero también deben entender que los tiempos cambian y la humanización de los consulados más que un deber es una obligación.








