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miércoles, mayo 1, 2024
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    La Declaración Universal de los Derechos Humanos quedó en un simple y bonito recuerdo

    “Artículo 13
    1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.
    2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.”
    Esto es lo que dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos, este el espíritu de un sueño, donde los seres humanos se prevén libres y son capaces de decidir por sí mismos y por su propia voluntad; el hombre tiene, según este artículo, y como derecho humano adquirido, la posibilidad de desplazarse libremente por el mundo, de migrar donde mejor le parezca y donde le plazca.
    Este fue un sueño pensado hace ya muchas décadas, cuando quizá el hombre y los gobernantes, y tras dos monstruosas guerras y sus barbaries, comprendieron que, por encima de todo, se debía evitar el rumbo de la autodestrucción, y pensar más en el ser humano y en la posibilidad de que éste fuese libre y merecedor de un trato digno.
    La evolución
    Pero el hombre y las sociedades evolucionan, así como también las maneras de gobernar y de hacer la guerra, de hecho y tras las dos grandes guerras mundiales, las guerras modernas se han basado más en las presiones, influencias y demostraciones de poder, de hecho la guerra fría fue una constante amenaza, pero sin gran reventón, siempre fue una tensión constante, como la propia existencia del muro de Berlín, pero al final, también concluyó; nos pudimos olvidar de aquellos teléfonos y botones rojos que, simplemente con que sonaran o con que se apretasen, suponían la extinción nuclear del planeta.
    Ahora las guerras en pleno siglo XXI son mucho menos dolorosas físicamente hablando, pero se han enrevesado de tal modo que el carácter psicológico de las mismas es totalmente alucinante. La crisis que llevamos padeciendo desde hace ya casi una década, es la propia guerra en sí. Es la guerra de los mercados, del dinero, del poder, de la especulación, del petróleo, de la energía, de clases, la lucha por mantenernos en la clase media y no caer en el saco de las estadísticas. La desigualdad es cada vez mayor, las limitaciones mayores, la falta de libertad es superior, el control sobre las personas, la era de la informática, de la red, de la nube, no se puede operar con dinero efectivo, todo está controlado. Los mercados tienen sus necesidades, y los gobernantes se procuran de satisfacerlas.
    El cinismo
    Aún con todo, la Declaración de los Derechos Humanos sirve para que muchos gobernantes y políticos se la pongan en la boca cuando presenciamos imágenes como las de los refugiados llegando y atravesando Europa en condiciones nada dignas. Y que con esa Declaración de los Derechos Humanos en la boca quieran hacernos creer que hacen todo lo posible por dignificar al ser humano, me parece lamentable y vergonzoso. (Más artículos de la Declaración de Derechos Humanos).
    Artículo 5: Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes; Artículo 6: Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica
    Los políticos y gobernantes son muy conscientes de lo que está sucediendo, y por tanto, seguir queriéndonos hacer ver que intentan y procuran proteger al ser humano es bochornoso, ya que lo que intentan preservar es el sistema, con mayúscula. El sistema les proporciona a los de siempre bienestar, incluso les eleva a un palco lejano de la sociedad que les permite observar y manejar a los colectivos según sus intereses, y sobre todo, según los intereses del dinero y del mercado.
    Ahora ya la normativa migratoria, al menos la española, no se sonroja en sus preámbulos cuando vincula totalmente la posibilidad de migrar hacia España, condicionada en su totalidad al mercado laboral, al trabajo. Hoy por hoy, un inmigrante, supone ser mano de obra, y así lo ven los gobiernos y los mercados.
    Esa libertad del individuo que se contempla desde hace décadas en la Declaración de Derechos Humanos, esa falta de motivación más allá de la propia voluntad para poder migrar y moverse por el mundo; todo eso, todo, ha quedado atrás, son meros recuerdos y palabras bonitas que han quedado como epitafios de una sociedad que, hace un tiempo, quería un hombre libre y digno. Ya lo decía y dice el premio Nobel Bob Dylan, las cosas están cambiando.
    Pero por favor, dejen de tomarnos el pelo, o al menos sean coherentes con lo que dicen. No se puede hablar de dignidad humana ni de solidaridad cuando se prometen más de 15.000 plazas de refugiados y de reconocimientos de asilo, y después por detrás no se llega ni a los 500. Dejen de utilizar y de pisotear constantemente aquellos bellos recuerdos de aquella hermosa Declaración de Derechos Humanos.
    Fdo. Igor Valiente

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