Desde el año 2000 Naciones Unidas conmemora el Día Internacional de las Personas Migradas cada 18 de diciembre. Este día es una oportunidad para pensar y reflexionar sobre las situaciones diversas que viven y sufren las personas que migran por el mundo. Muchas de ellas lo hacen huyendo de las bombas, de la miseria, de la violencia o de los efectos del cambio climático sobre la naturaleza. Prácticamente nadie en este planeta quiere irse de su casa, dejar a sus familiares y amistades para irse a vivir la incertidumbre que representan las migraciones. Migrar, buscar refugio, es un derecho humano y es algo que ha ocurrido siempre a lo largo de la historia de la humanidad.
El Ayuntamiento de Palma lleva toda la legislatura, casi cuatro años ya desde 2015, trabajando para demostrar que el espíritu de esta ciudad es de acogida, es de tolerancia cero con el racismo, la xenofobia o la islamofobia. Porque las más de 420.000 personas que vivimos en Palma tenemos vidas conectadas con muchos lugares del mundo de una manera u otra. En Palma se hablan muchos idiomas porque vivimos personas de más de 170 países distintos del mundo: contamos con una riqueza impresionante que hemos de saber disfrutar y aprovechar.
Es eso lo que pretendemos con el programa de actos que hemos organizado en torno al 18 de diciembre: visibilizar la diversidad cultural de Palma y celebrarla. Hay exposiciones, jornadas formativas, cine, teatro y muchas más actividades desde el 11 hasta el 20 de diciembre. Naturalmente luego continuamos con otros proyectos para trabajar estos objetivos.
Pero este año es, si cabe, más importante que nunca participar activamente en este programa del 18D, trabajar para romper con los falsos rumores sobre las migraciones, desmentir con la verdad y con los datos a quienes siembran, de forma interesada, mensajes de odio contra la diversidad. Crece en Europa y en el Mundo la extrema derecha y el fascismo, dos monstruos que buscan un chivo expiatorio para culpabilizar de todos los males de la sociedad. Pero quienes hemos migrado en algún momento de nuestras vidas no somos responsables de ninguno de esos males.
Las personas que migramos para buscarnos la vida, las que venimos de América Latina, de África, de Asia o de cualquier rincón de este planeta no hemos venido a vivir del cuento. Y lo demostramos cada día con nuestro trabajo y nuestro esfuerzo. De hecho, levantamos también esta sociedad. De muchas personas venidas de fuera dependen algunos sectores centrales en el funcionaciomiento social. Es el caso de los cuidados para la vida. El trabajo de cuidados de mayores, de personas dependientes o de niñas y niños recae, en muchísimos casos, en manos de mujeres migradas. Así ocurre también con los trabajos domésticos. Es un trabajo invisible e invisibilizado que requiere un gran esfuerzo y dedicación no solo físico sino también emocional. Es un trabajo imprescindible para que la sociedad siga en marcha.
Como este, existen muchos otros ejemplos de sectores en los que las personas migradas nos hemos abierto camino. Es así, en mayor o menor medida, de hecho, en todos los sectores sociales y laborales. Porque Europa ya no es un continente blanco. Es un continente multicolor en el que el color de piel y la lengua hablada ya no sirven para determinar el origen de una persona o su nacionalidad.
Y en ese contexto no se entiende que siga existiendo el racismo o la xenofobia como sistemas de opresión. Y existen solo porque alguien se beneficia de estos sistemas. Las administraciones públicas, los partidos políticos, los medios de comunicación, las entidades sociales y la sociedad en general tenemos que implicarnos en trabajar para hacer desaparecer estos monstruos. Y en esta tarea la aportación cultural que podemos hacer las personas que venimos del Sur del mundo es clave. Reivindiquemos la diversidad y la riqueza de un mundo global basado en la fraternidad.