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miércoles, diciembre 11, 2024
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    Editorial 315: Una inocente sonrisa apagada para siempre

    Cuando se presentan casos inexplicables, le doy vueltas a la mente y confieso que siento vergüenza de pertenecer a la especie humana, ofrezco un millón de excusas ajenas a todos los niños del mundo por las atrocidades de las mentes enfermas de algunos adultos que no merecen compartir el mismo espacio, ni respirar el mismo aire de la gente normal y de bien.

    No empujo al odio, por el contrario, me carcome la impotencia. Me da igual la nacionalidad de la culpable de este atroz hecho, o de si la presunta asesina es inmigrante latinoamericana, negra, blanca, aria o china.

    ¿En qué cambian las cosas?, ¿le devolveremos la vida a Gabriel?, o en el caso de que hubiese sido el o la homicida de determinada etnia, por ejemplo, rubio de ojos azules adinerado y no inmigrante, ¿el dolor de los familiares hubiera sido diferente?

    En este momento me da absolutamente igual si la presunta asesina paga su delito en una cárcel de España o de República Dominicana. Lo doloroso y preocupante es el desgarrador sentimiento de desolación de una familia.

    Qué asco, qué repugnante, qué oportunismo sacar a relucir más odio en estos momentos. Chambona, trillada y repetitiva frase de “con mis impuestos no mantendré un delincuente extranjero”, es como querer cambiar el mundo en cuestión de segundos.

    Vaya espectáculo circense que va en sentido contrario con el respeto hacía el dolor de una familia, incluso hasta los que estamos lejos de este infausto hecho nos afecta en nuestro diario quehacer. ¿Algunos de estos jueces de las redes sociales han escuchado las declaraciones de la madre de Gabriel emplazando a la opinión pública a la no instigación al odio?

    Nos rasgamos las vestiduras con la presunta asesina. Impartimos cátedra de valores y convivencia, pero regamos odio por las redes sociales. De cierto modo con estas actitudes hacemos parte de alguna porción de esta podrida sociedad que respira azufre en lugar de oxígeno. Predicamos armonía y amor, pero sembramos fobias a todo nivel.

    Hablemos en clave ciudadana, lo reitero, como padre de familia de una niña de la misma edad de Gabriel. La nacionalidad de quien mató al pequeño Gabriel no le va a devolver la vida; más bien es otra excusa para ampliar los tentáculos del odio y el desprecio hacia los demás.

    Dejemos que la justicia actúe y respetemos, respetemos de una puñetera vez el dolor de una familia y de madres y padres que impotentes vemos como una ciudadana del mundo desequilibrada acabó con la vida de un inocente.

    A los ciudadanos decentes que llegaron a España buscando otros horizontes de vida. Debemos sentir verguenza ajena de haber nacido en el mismo país de un criminal, pero nunca de nuestras raíces.

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