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miércoles, diciembre 11, 2024
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    Editorial 325: Divide y vencerás

    Desde hace algún tiempo a la fecha he notado positivamente la reactivación del tejido asociativo inmigrante. Me parece bien que surjan colectivos de personas que representando a un país y a su cultura se caractericen por tener espíritu de voluntariado para realizar actividades provechosas comunitarias, gente a la que poco le cuesta emprender iniciativas de integración desde la perspectiva del entusiasmo.

    En estos años he visto con admiración el trabajo de líderes de asociaciones que siempre están dispuestos a poner en marcha iniciativas que proyecten aspectos positivos de cara a la sociedad de acogida. Es algo que agradecen los diferentes colectivos, especialmente visto como está de candente el tema migratorio hoy por hoy en Europa.

    Confieso que siempre he sido un furibundo defensor del asociacionismo: ¿El por qué?. Es muy sencillo de explicarlo, a tenor de los quince años de experiencia en este periódico en las cuatro legislaturas, los diferentes inquilinos políticos con cargos de relevancia en áreas de inmigración o participación ciudadana agradecen que existan portavoces válidos para canalizar las necesidades, inquietudes y problemáticas de las comunidades foráneas residentes en las Islas. Así me lo han manifestado en reiteradas ocasiones,

    No es lo mismo para un responsable de una concejalía hablar con cien personas a la vez para interpretar cualquier tipo de reivindicación, que hacerlo con cinco representantes de esa comunidad. Esto realmente le facilita el trabajo y le despeja el camino para aunar esfuerzos en aras de conseguir objetivos comunes.

    Hace doce años, concretamente en el gobierno de Matas en el Consolat de Mar y de Munar en el Consell de Mallorca, proliferaban las asociaciones. Era inconcebible que en el registro de asociaciones de entidades se hubiesen llegado a contabilizar más de una treintena de asociaciones por país, caso Argentina y Ecuador, al paso que íbamos iba a ser una asociación por inmigrante.
    ¿Pero cuál era el encanto de esa época?. Algunos líderes de los que ya hoy en día no queda ni el rastro se obnubilaban ante las promesas políticas de unos y otros. El descreste era la moda en aquella época y la competencia entre las propias asociaciones de los mismos países era el pan de cada día hasta llegar a unos conflictos internos que terminaban por evaporar ese “entusiasmo”, tan pronto como terminaba la época electoral.

    La inmigración en todos los lugares del mundo siempre ha sido utilizada como herramienta política entre unos y otros. Los pros para reivindicar derechos y lógicamente llevar a los más débiles- en la teoría- a su parcela. Y los anti, despertar fervores nacionalistas para la captación de votos a costa de discursos racistas y xenófobos.

    Este es un ir y venir político de nunca acabar y hasta en cierta forma entendible dentro de la estrategia política. Sin embargo, lo que cuesta trabajo asimilar es ver cómo algunas asociaciones no toman escarmiento de épocas no muy lejanas.

    Nunca me he cortado para describir la realidad de lo que percibo, lo que no quiere decir que tenga la razón o sea dueño de la verdad absoluta. No obstante, tengo la sensación de que otra vez se puede caer en la trampa del pasado, el de los enfrentamientos asociativos, dimes y diretes, “si no estás conmigo entonces estás en mi contra”, divisiones insulsas que no llevan a nada positivo dentro de los propios colectivos.

    Es normal que surjan diferencias dentro de los denominados líderes, lo que me parece anormal es que en pleno siglo XXI y hablando en clave de ciudadanía lejos de los países de origen, no sean capaces llegar a la concordia y en lugar de apaciguar los ánimos enciendan la llama de la discordia. Ciertamente, no faltan las personas que se autoproclaman líderes y con el tiempo se constituyen en un peligro para la unidad del tejido asociativo. Desgraciadamente no faltan quienes- afortunadamente pocos- están plenamente convencidos de que para ganar liderazgo utilizan la estrategia del “divide y vencerás”. ¡Lamentable!

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