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domingo, abril 28, 2024
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    Editorial 338: Me declararon la guerra por una pregunta

    Pocos días después de que circulara la anterior edición fuimos a cubrir una convocatoria de prensa sobre la situación en Venezuela en la plazoleta del Ayuntamiento de Palma. Al llegar me encontré con una docena de personas que sostenían una gigantesca lona, cuyo mensaje era la no intervención de Estados Unidos en Venezuela para evitar una guerra.

    Hasta ahí todo normal. Acto seguido me dirigí al portavoz de la plataforma convocante para realizarle las preguntas que cualquier periodista con un mínimo de sentido común le haría. ¿Quiénes eran los organizadores de la convocatoria?, ¿el propósito de la misma?, ¿qué conocían a la distancia de Venezuela? y los pormenores de la manifestación que se realizaría al siguiente día a las puertas de la Delegación del Gobierno.

    No obstante, me llamó la atención algo que a cualquier entrevistador con un poco de olfato periodístico preguntaría. Nada más y nada menos, indagué si había un venezolano o venezolana entre los convocantes. La reacción no fue parsimoniosa, pues por los gestos y la subida de tono a quien le habían declarado la guerra era a mí.

    Pues sí, por fortuna apareció de la nada una señora venezolana en el extremo de la lona que se me acercó para darme unas declaraciones en las que afirmaba que en Venezuela la situación era compleja pero que no se aguantaba hambre. Sin embargo, cuando me volví a acercar a uno de los portavoces al notar mi acento colombiano pegó un alarido explayándose en críticas hacía mi país y convirtiéndome en su inmediato verdugo por el apoyo del gobierno de Duque a Juan Guaidó, como desahogando su enojo en mi nacionalidad para acabar de completar.

    Los ánimos se apaciguaron a medida que me pidieron que me retirara porque le llegaba la hora de hacer preguntas a la “prensa seria”. Abandoné la Plaza de Cort con la sensación del deber cumplido y ratificando aquella premisa de objetividad del periodismo que “para hacer las preguntas que los convocantes quieren escuchar, mejor me quedo en la redacción o en mi casa, y no salgo a perder el tiempo o a cumplir el papel de idiota útil”, así de claro, al que lo entendió lo entendió.

    Y hablando de periodismo, la sorpresa mayúscula me llegó en la noche cuando leo en el Diario de Mallorca, versión digital, la noticia de un redactor de apellido Adrover que me tuvo a dos metros de distancia, titulando un artículo de la siguiente manera: “Incidente en Palma entre un periodista colombiano y concentrados a favor de Maduro”.

    Y lo que siempre he criticado desde estas mismas líneas, en estos casos cuando en los periódicos sobresale la nacionalidad por encima de la noticia, ese día lo viví en carne propia, pero por lo menos tengo un medio en el que me puedo defender y sacar mi propia conclusión, y la pregunta es: ¿qué ocurre con la gente que no se puede defender cuando le publican algo con lo que no está de acuerdo y le restriegan la nacionalidad en un titular de prensa?. Al buen entendedor pocas líneas más.

    El cronista, en la edición digital en un comienzo y en la de papel después, omitió mi nombre y el medio al que representaba. Era la primera vez en muchos años de ejercicio periodístico en el que leía que le faltaba el nombre del protagonista a una noticia, eso sí, sin dejar de resaltar la procedencia del susodicho en cuestión y, para rematar, ilustrada con una foto que me fue tomada sin percatarme en uno de los momentos en que los ánimos se tensaron. En fin, en épocas en las que las redes sociales nos convierten a todos en opinadores, y sin el ánimo de ser ostentoso, la verdad sea dicha: la facultad es la facultad e iría cuantas veces fuese necesario para seguir aprendiendo.

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