Por Juan Pablo Blanco
Al escuchar la alocución íntegra del Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez sobre la extensión del estado de alarma hasta el 26 de abril, intuyo -como muchos de ustedes- que sobre nuestra cotidianidad habrá cambios en el momento de regresar progresivamente a la vida “normal”.
Aunque no lo confirmó abiertamente, me da la sensación por sus respuestas a los periodistas una vez finalizada su comparecencia, que después del 26 de abril tendremos como mínimo otro confinamiento de quince días más. Apostaría que a mediados de mayo daríamos los primeros pasos para volver a la calle, eso sí, muy condicionados y con serias restricciones. (Esta es una opinión personal, a tenor del proceso de transición que vive China para regresar a la “normalidad”).
No me refiero solo a las mascarillas, que por cierto se comprometió en su discurso a abastecer a la ciudadanía de este material y suficientes geles desinfectantes de manos, que serán en adelante nuestros fieles compañeros, parece elemental esta observación, pero tal y como hemos hecho en este último mes cursillos avanzados sobre cómo lavarnos las manos, también debemos habituarnos a este nuevo estilo de vida para prevenir que el bicho nos ataque.
Por un prolongado tiempo, mientras no se descubra la dichosa vacuna contra el COVID 19 o se acondicionen tratamientos eficaces, estaremos a la par de las costumbres orientales que las han adoptando, incluso, antes del COVID-19.
Me quedan varias preguntas sobre el “pasillo” al que se refiere Sánchez una vez descienda significativamente la curva de contagio. Hablamos de una transición, y no sólo será la de dotarnos de materiales sanitarios de prevención.
Muchas decisiones se tomarán para prevenir un brote de segundo contagio. Supongo que prohibir o restringir lugares de concentraciones masivas de gente. Y a partir de ahí es cuando sí que varios sectores de la economía se pueden ver más golpeados de lo que actualmente están en el caso de que se restrinjan actividades consideradas no esenciales, pero de las que subsisten centenares de familias.
En primer lugar, me proyecto a junio o julio, una vez estemos en esa transición en la que, sin lugar a dudas, predominará la desconfianza y la inseguridad ciudadana para evitar contagios.
El gobierno tendrá la última palabra sobre las medidas que se adoptarán con empresas que viven del ocio y la cultura, por citar ejemplos: discotecas, pubs, conciertos, teatros, casinos, ferias, mercadillos, etc.
El curso escolar, según cómo se reduzca la pandemia, podría reanudarse a finales de junio, de lo contrario, nada de extraño tiene que se dé por finalizado.
¿Y qué ocurrirá con las competiciones deportivas?, pues se trata de prevenir el contacto. Aquí hablamos de un imposible. En las ligas profesionales y no profesionales posiblemente no bastará jugar los partidos a puerta cerrada, simplemente el riesgo de contagio entre los deportistas sigue existiendo.
En el deporte base la situación es más de lo mismo; compleja con los padres y madres que sentirán extrema desconfianza de llevar a sus hijos e hijas a competir en la respectiva disciplina en la que estén federados.
Sánchez hablaba de cambios rigurosos en el momento de regresar progresiva y prudentemente a la vida normal. Como a la inmensa mayoría de españoles me causa curiosidad sobre las medidas que se adoptarán para afrontar esta nueva etapa que nos espera, pues al escuchar su intervención la misión apunta a la prevención, prevención y prevención (palabra que repitió en varias ocasiones). Y para que se de este supuesto habrá de seguir tomando controvertidas medidas, un segundo brote de la pandemia por falta de medidas rigurosas sería la verdadera hecatombe, como él mismo lo reconoció, en este momento ningún gobierno del mundo tiene la última palabra sobre el coronavirus.
Dejar contentos a todos será misión imposible. “El pasillo” del que habla derivará en varias connotaciones sociales a corto plazo que nos afectarán a todos.