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    Editorial 435: La memoria histórica no nos puede fallar

    Cualquier similitud con lo que sucede en España no es casualidad. Durante una breve estancia en Colombia hemos podido comprobar el aporte de la comunidad venezolana en diversos sectores del mercado laboral.

    Quizá para quienes no residimos en Colombia, resulta novedoso escuchar acento venezolano en la obra, restaurantes, bares, panaderías y negocios en centros comerciales, entre otros ámbitos de la economía de gran demanda. Aunque es imposible recabar datos oficiales, se calcula que de los 7 millones que han emigrado de Venezuela, la mitad han elegido a Colombia para rehacer sus vidas.

    Los ciudadanos de ese país con los que he tenido la oportunidad de intercambiar opiniones, cuentan sus historias de vida, y sobre todo, verdaderos dramas humanos que han logrado superar para atravesar la frontera y llegar al destino.

    Infortunadamente como sucede con la gente que emigra a Europa o Estados Unidos, generalmente lo que se “vende” en los medios de comunicación son las noticias vinculadas a la delincuencia, inseguridad y a la competencia desleal de aquellos que llegan a quitarle el trabajo a los nativos del país receptor.

    Colombia no es la excepción, y por ende, cuando en los informativos se publica una noticia de venezolanos casi siempre se habla de robos, atracos u homicidios. Aunque es una parte de la realidad siendo una gran cantidad los que han emigrado – imposible que todos sean unos angelitos de la caridad – también es cierto es que el otro gran escenario sitúa a la inmensa mayoría como gente trabajadora, culta y con un sentido de agradecimiento por el hermano país que les acoge.

    Los ciclos migratorios, según la época, responden a coyunturas políticas de un país que repercute en el bienestar social de millones de familias. En España la migración masiva hacía Europa -especialmente Francia y Alemania- se presentó en la guerra civil; de la misma manera, hubo países que acogieron a cientos de españoles que llegaron a Argentina, Uruguay en su mayoría -recordemos la cantidad de casas regionales de diferentes provincias de España- a las que se sumarían las de Colombia, Brasil y Puerto Rico.

    Entre los años setenta y ochenta, Venezuela albergó a miles de colombianos que no vacilaban en llegar a ese país y echar raíces. En aquel entonces era considerado un destino atractivo para trabajar por la cantidad de oportunidades que se generaban en el mercado laboral.

    La historia, en este caso con los venezolanos, no puede ser desagradecida, ni menos estigmatizar a las personas por su nacionalidad. Los que vivimos fuera de nuestro país de origen somos los que más debemos tener empatía y solidaridad.

    No es la mejor época para los venezolanos residentes en Colombia. Y es que, actualmente la cifra de indocumentados en Colombia podría llegar a los ochocientos mil. De la regularización de miles promovida por los gobiernos de Juan Manuel Santos e Iván Duque se ha pasado a un total estancamiento para obtener los papeles en regla.

    El actual gobierno de Gustavo Petro apunta al regreso masivo voluntario de venezolanos, ante las relaciones reestablecidas con el mandatario Nicolás Maduro.

    El medio describe que los venezolanos tienen tres formas de legalizar su estatus en Colombia: los familiares de colombianos que se fueron a Venezuela durante el conflicto bélico pueden nacionalizarse, los que llevan varios años en Colombia y tienen un trabajo pueden sacar visas y todos los demás pueden optar por el PPT, el carné que da derechos de educación, trabajo y salud por un tiempo determinado.

    Los tres procesos, según las organizaciones de venezolanos consultadas por BBC Mundo, se han complicado durante el último año, después de que pasaron varios años en los que el trámite era relativamente eficiente.

    Lo cierto es que en todas partes se cuecen habas y quien decide emigrar a cualquier país no la tiene fácil por diversos motivos. Independientemente de las trabas burocráticas que se interpongan en el camino del migrante, no podemos mirar con indiferencia y despreciar a quienes un día tendieron la mano a nuestros familiares o a nosotros mismos.

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