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viernes, mayo 3, 2024
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    La realidad de vivir en la calle o estar en albergues en un lugar paradisiaco del Mediterráneo, Mallorca

    Por Ivis Acosta Ferrer

    Ante el recrudecimiento de la situación de la vivienda -alquileres por las nubes, hipotecas afectadas por la subida del Euribor, especulación inmobiliaria vinculada al turismo- se estima que muchas familias se han quedado sin hogar en el último año en Mallorca.

    El año pasado la red de entidades sociales de la iglesia registró cerca de 800 solicitudes de ayuda por este motivo. Se presume que este año la tendencia haya ido en aumento, con lo que se sabrá en unos días más, cuando el Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales (IMAS) revele las cifras del recuento que recientemente realizará con la ayuda de 200 voluntarios de las personas que pernoctan en asentamientos chabolistas, instalaciones de mobiliario urbano, viviendas inadecuadas y albergues.

    Vivir en la calle no es cosa de juego, mucho más cuando el frío y la humedad calan hasta los huesos. Cuando no hay cuatro paredes y un techo que protejan de las inclemencias de tiempo, de posibles robos o violencia; cuando no se tiene la posibilidad de una ducha, de ropa limpia, de un plato de comida caliente y de una cama alejada de la vista de los transeúntes, se pierde de a poco la dignidad.

    Si a esto le sumamos la aparición de problemas de salud mental o de adicciones que conlleven a que las relaciones familiares y redes de apoyo disminuyan, el cuadro se agrava y las probabilidades de quedar a la deriva aumentan.

    En un abrir y cerrar de ojos la vida nos puede cambiar. Un acontecimiento inesperado como la pérdida de un empleo, un cuadro depresivo, el hecho de emigrar, una enfermedad o la llegada de la tercera edad pueden hacer que pasemos de tener un techo a no tenerlo.

    Albergues y casas de acogida son entonces los recursos más solicitados, pero no siempre dan abasto y en ocasiones, los afectados no están en condiciones de pedir ayuda y dejarse guiar por el camino de la reinserción social para el abandono de adicciones y una disciplina conductual que no siempre están dispuestos a acatar.

    Entonces, comienza el peregrinaje, algunos pernoctan al calor de alguna sala de Son Espases, otros en sillas de parques, cajeros o edificios en ruinas, hay quienes incluso optan por construirse una chabola debajo de un puente, como puede verse en los asentamientos que han aparecido en los últimos tiempos por el Parque de Sa Riera, en Vía Cintura a la altura de la carretera de Valldemossa o en la antigua estación de autobuses de Eusebio Estada.

    Casas improvisadas con retazos de muebles y mantas que protegen de la humedad y de la vista de los transeúntes. Aunque lo curioso del caso es que para construir esos asentamientos se necesitaría el concurso de una colectividad y unas normas sociales establecidas, por lo que podría deducirse que algo está funcionando mal en la sociedad para que grupos de personas funcionales se vean abocados a vivir al margen de la misma.

    Aquellas personas en situación de calle que desean reinsertarse en la sociedad, volver a tener un techo y poner en orden sus vidas con la ayuda de terapeutas y educadores pueden acudir a los servicios sociales de sus respetivos ayuntamientos, a Cáritas o a la Cruz Roja y desde allí se les deriva a los albergues y casas de acogida donde no se les resuelve el problema inmediatamente, puede que tengan que esperar de días a meses para tener acceso a una cama, pero, entre tanto, pueden tener acceso a otros servicios como ducha y comedor.

    Ca l’Ardiaca es uno de estos centros de acogida regentado por el IMAS, que se ubica al final de la calle General Riera, donde llegan cada día nuevos demandantes a los que no pueden dar respuesta inmediata, tan solo ubicarlos en una lista de espera que puede demorar días, o incluso semanas en avanzar.

    La situación es crítica, como comenta S.A, un monitor de este albergue, quien ha accedido a hablar con BSF para explicar el funcionamiento de dicha institución, un establecimiento con capacidad para 90 usuarios.

    De 09h de la mañana a 21.30 -explica el monitor- Ca l’Ardiaca hace la función de Centro de día. Las personas sin hogar pueden ir allí a ducharse, solicitar servicio de lavandería y comedor, pero todo debe ser autorizado previamente por la Unidad Móvil de Emergencia Social (UMES) de la Cruz Roja.

    “La gente piensa que puede venir aquí y tener una plaza el mismo día, pero no es así. Aquí no damos cama directamente ni ponemos una lavadora si la persona no lo ha solicitado antes a UMES.”, afirma el funcionario.

    El proceso para poder entrar al albergue podría ser mejorable a todas luces; los candidatos deben estar en la puerta cada día a las 15.45 para figurar en la lista de espera. S.A manifiesta que “estar a esa hora es muy importante, pues si no viene la persona, se le borra y cada día se confecciona una lista nueva.

    Cuando llegan por primera vez tienen que pasar por primera acogida, donde les toman los datos y cuando se libera una cama, para lo cual pueden pasar semanas o incluso un mes o dos, vuelven a pasar por allí para valorarlos y determinar su perfil y determinar si califica, y si por ejemplo, tiene problemas de consumo u otros trastornos de conducta”.

    Es penoso decirle a la gente que se debe quedar en la calle hasta que le puedan valorar, comenta S. A. Una vez que hay sitio, según el perfil, lo derivan a uno u otro edificio.

    “Aquí hay como cuatro albergues juntos”, -comenta el monitor-, “está primera acogida, que es donde se hace la valoración, luego está Placeta, para los que tienen problemas de consumo en donde se les proporcionan tratamientos como la Metadona, luego está Ca l’Ardiaca, que es donde tenemos las 90 personas y hace función de centro de día y por último detrás de La Placeta está Es Refugi, de gestión privada”, nos explica.

    En ese tiempo en que no hay cama, la gente se queda muy vulnerable. Las personas en situación de calle pueden llamar al 112 a las 22h y pueden hablar con UMES y facilitar su ubicación para que ellos vayan a su encuentro y les den leche, galletas, una manta, lo que sea. Y dependiendo de su estado hay algunas camas que solo ellos pueden asignar dentro del albergue.

    Perfil variopinto

    Por respeto a su privacidad no se ponen los nombres reales pero sirva este caso para ilustrar lo variopinto de los perfiles que pueden llegar a coexistir en un albergue, unos por circunstancias económicas, otros por causas multifactoriales que van desde una enfermedad mental hasta adicciones.

    L.R. es una mujer de unos 65 años que solía tener una situación económica estable, pero por circunstancias personales poco a poco se fue quedando sin dinero para pagar el alquiler aunque cumplió con su responsabilidad hasta el último mes, recuerda tristemente cuando recogió sus cosas y pidió ayuda a los servicios sociales.

    Hoy vive en un albergue compartiendo su día a día con otras personas como por ejemplo D. A, una mujer latinoamericana de alrededor de 63 años, que trabaja de limpiadora y que día abandona el sitio para dirigirse a su lugar de trabajo, regresando luego para dormir allí, amabas mujeres no tienen ninguna adicción ni problemas de conducta.

    Hay casos no tan felices, como el de M. R, una chica de 25 años con un problema de esquizofrenia, y cuya familia no puede hacerse cargo de ella. O.L, es un joven mallorquín de 40 años con un trasfondo de desorden mental y además adicto a la droga y alcohol por lo que la familia no quiere saber de él.

    En otra tesitura se encuentra A.M, que ronda los 60 años, y que fue deportista de élite. En un momento de su vida tuvo un desliz con la bebida y acabó durmiendo en una sucursal bancaria, junto a otros okupas y en el presente se mantiene sobrio, al igual que el joven inmigrante latinoamericano V.M de 45 años, peluquero y bailarín al que ya le han encontrado un alojamiento alternativo en un programa de pisos compartidos llamado Casa de Familia, al igual que O. R, joven argelino que destacó en el albergue por su buen comportamiento y carácter alegre, ya encontró sitio en un proyecto de pisos compartidos donde paga un porcentaje de sus ingresos en concepto de alquiler y donde su objetivo es consumo cero para salir adelante en un país ajeno al suyo.

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